Hace algunas semanas recibí esta foto… no pueden negar que me veo… me veo… cómo decirlo?… maternalmente chiquiguagüi!!!.
Recuerdo que cuando era una adolescente feminista, proclamaba que no sería madre ni aunque me lo pidieran de rodillas y que en mis genes no existía ni un mísero atisbo de el don de concebir, criar y aguantar un clon.
Pero desde hace algunos años, me he tenido que comer cada una de mis palabras, pues nació en lo más profundo de mí el anhelo de convertirme en la corresponsable de la formación de un ser humano, y ya tiene nombre: Luna Belén. Por qué femenino?, porque algo me dice que será niña y si no, bueno bienvenido sea Vicente Andrés.
Me encuentro en la etapa de aprender. Desde hace algún tiempo observo a las madres que me rodean. Sus gestos, sus preocupaciones, escucho sus desafíos, miedos y alegrías. Me uno a sus conversaciones sobre pañales, mamaderas, controles médicos, elección de jardín o colegio. Apunto todo en un área de mi corazón, porque estoy segura que un día toda esa sabiduría la pondré en práctica con mi hijo…
Mi hijo, un pedacito de mí, de Dios y del hombre que amaré. Un trocito de cielo del que estaré a cargo hasta que pueda ser independiente y tomar su propio rumbo. La idea me ilusiona, me mueve, me inspira y es mi más profunda oración.
Una vez, en medio de una gran tormenta de mi vida, soñé con ella. Estaba en mi casa, en algo muy parecido a un asado familiar. Yo la buscaba para darle una mamadera y le preguntaba a mi esposo donde estaba la niña. Fue en ese momento en que comprendí que estaba soñando y trate de identificar el rostro de mi compañero de vida pero se escondía, como aclarándome que aún no era tiempo de conocernos.
En eso, escuche unas risas y en los brazos de mi viejo estaba mi Luna Belén. Me acerque y pude verla. Morenita, cachetona y de ojitos negros. Ese sueño, fue la motivación para tener fuerzas y salir delante de la crisis que estaba viviendo. Tuve la certeza que ella existía en el proyecto que Dios tiene para mis huellas y que debía sanarme para estar con mi pequeña.
Esta es la misma motivación que hace que cada noche tome disciplinadamente mis medicamentos para regular mis hormonas y poder convertir mi útero en cuna que será testigo de cómo el amor se transforma en piel y huesos, en corazón y latido, en alma y espíritu… en mi hijo.
1 comentario:
AMIGA, Mi Solgonara
No es mucho lo que puedo decirte, después de todo tus notas siempre me llegan al corazón y quedo sin habla.
Aunque el amor de madre no tiene parámetros de comparación, podría jurar que cuando te atraviesa, lo hace igual que la flecha de cupido.
Ya estás grande y no es un pecado tener ganas de traer al mundo una persona. No es fácil, te lo aseguro, son muchos sentimientos contrapuestos y el costo es demasiado caro, si de pérdidas se trata. Sin embargo un hijo viene de la mano de la sabiduría, nos regenera la hormona del afecto y con contagia de proyecciones.
Si ya ha nacido en ti la inquietud, te felicito. Porque puedo asegurarte, por experiencia, que la llegada de un hijo nos sitúa lejos del mundanal sistema y vemos la vida con un prisma colorido. Un hijo nos permite mirar el mundo con respeto, nos cambia la visión que teníamos de nuestros padres y los niños que nos rodean ya no nos causan estrés.
AMIGA, el momento llega cuando menos lo esperamos, pero cuando se presente, cuenta conmigo, ahí estaré para apoyarte, aconsejarte y compartir tu inmensa felicidad.
Te quiero MUCHO
La Cyn
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